Thursday, April 29, 2010

Perdidos en el Mundo Resplandeciente

Éramos cuatro: Mateo Passarelli, mi hermano y dueño de nuestro barco, nuestras esposas Claudia y Savannah, y yo, Derek Passarelli, el coordinador del crucero privado al Polo Norte. Salimos de Islandia el 4 de agosto del 2007, en un viaje que pensábamos que iba a durar 23 días, pero que nos ocupó tres meses de nuestras vidas.
Claudia, mi mujer, siempre había tenido las ganas de viajar por todo el mundo, y casándose conmigo, realizó esa parte de su vida. Yo dispongo de buenos recursos económicos, y también vengo de una familia con dinero. Todo lo que tengo, lo gasto en ella, y lo hago con mucha felicidad. Si ella quiere un anillo, se lo compro para ella – que aunque no me pida las joyas (a ella le gusta trabajar por lo que quiere), me encanta regalar los objetos bonitos a mi mujer, y cuando abre los regalos, chispen sus ojos verdes con la alegría de la vida. Es muy generosa mi esposa, y si a alguien le gusta lo que tiene ella, se lo regala. Es muy apasionada en su manera de ser y de hablar – tanto como su cabello anaranjado y rojo - liso como el fuego.
Ella decidió ser nuestra guía por el viaje, que eventualmente no sería la mejor opción para nosotros. Salimos bajo su dirección desde Islandia con la intención de pasar un día en cada isla, explorando el Mar de Noruega hasta que llegamos a la Isla Feroe. Planeamos visitar cada isla por un día, dormir la noche en el barco, y continuar nuestro viaje al día siguiente. Las islas no eran muy lejanas una de la otra, y pensamos en dormir temprano cada noche y levantarnos temprano también, para ir a la otra isla por la mañana, y llegar no muy tarde en esa mañana.
La Isla Feroe era hermosa. Era más pequeña que las otras islas que vimos en nuestro viaje, y mucho más pequeña que Islandia. Era un lugar en el que nada crecía, pero aún estaba muy bonita. Habían glaciares y montañas de hielo, que reflejaban la luz del sol en el día, y brillaba azul con la luz de la luna por la noche. No habían habitantes en la isla, y entonces, no teníamos problemas con ninguna persona allí.
Al día siguiente, fuimos a la Isla Orladas – que se parecía mucho a la isla Feroe, pero era mucho más grande. Tampoco había habitantes, pero había algo muy interesante. Crecía, en medio de la isla de hielo un árbol que parecía un árbol de piña gigante con ramas que se extendían diez metros cada una. La fruta de ese árbol fermentaba la base de ese árbol, y pensábamos que era una lástima que hubiera tanta fruta, y nadie para comerla. Obtuvimos unos pedazos de esa fruta para llevar con nosotros en el viaje, que también parecía como la fruta de piña, pero era mucho más grande, y tenía el sabor más dulce, como si alguien fuera a agregar azúcar de caña en cada pedazo.
Luego salimos por la Isla Shetland, porque Claudia y Savannah pensaron que había perros Shetland en esa isla. Desafortunadamente, Claudio se perdió y entonces nos perdimos todos. Saltamos la Isla Shetland, y las mujeres perdieron su oportunidad de ver a los perros, y lleguemos en seguida a la Isla de los Hombres Simio. Bajamos en la isla y fuimos explorando cuando de repente, nos atacó uno de esos hombres simios. Intentaron lanzarnos pero nosotros habíamos sido instruidos en las artes marciales antiguas. Después del episodio, nos dimos cuenta de que el hombre simio había secuestrado a Savannah, la mujer de mi hermano Mateo. El no sabía qué hacer. En esas horas, ya era noche, y tuvimos que regresar a nuestro barco. Pasamos la noche allí, pero nadie durmió, por lo tanto estábamos preocupándonos por Savannah. Seguimos 6 noches allí, sin remedio. No la pudimos encontrar durante el día, y en estas partes, casi nadie vive, y la señal de nuestros teléfonos celulares no nos alcanza. Pensábamos que la tendríamos que dejar allí en la isla, porque estábamos comiendo toda la comida que teníamos, y no pensábamos que la hubiera encontrado. Mientras estábamos preocupándonos tanto en nuestro barco, había un tornado que pasó por toda la isla de los Hombres Simio, arruinando sus casas, y suponemos la cárcel en donde estaban guardando a la mujer de mi hermano. Ella nos encontró, y llorando, nos comandó que saliéramos de allí.
La preguntamos si ella quería seguir con el viaje, y ella nos aseguró que sí, quería seguir, aunque no quería hablar sobre lo que le había pasado durante esos días, y tampoco quiso hablar de nada nuevo con nosotros. Ese incidente la cambió, y no creo que fuera para bien.
Después, seguimos en la dirección norte para llegar a la isla de los Hombres Urraca, pero ese día, había una tormenta muy grande que nos quitó de nuestro itinerario y plan. Claudia pensaba en corregir lo malo que nos estaba haciendo la tormenta, y luchaba con las fuerzas del mar. Pero sin remedio, porque cuando se acabó la lluvia y viento, nosotros estábamos perdidos. Savannah empezó a volverse loca, y con la intención de hacerse daño a su misma y también a su marido y a Claudia. Mateo, con mucha simpatía por ella, le dijo que íbamos a estaría de esas aguas muy pronto y que todo sería bien.
Pero quedamos sin rumbo entre el Mar de McKinley y el Mar de Groenlandia, y bajo la dirección y navegación de Claudia, seguimos perdidos por un mes. Ya se acababa nuestra cantidad de comida y provisiones que teníamos empacadas, y Savannah siguió peor. Sus ojos que anteriormente eran de un azul brillante ya estaban perdiendo su chispa y color, y su cara, antes llena de color y alegría se veía pálida; las mejillas hundidas en la cabeza.
Mateo, mientras miraba por el horizonte, vio a unas focas nadando cerca del barco. Teníamos una lanza que llevaba Savannah, y Mateo propuso usarla para matar una foca para que pudiéramos tener algo de comer. Claudia se puso rojo y le regañó por haber pensado tal cosa, porque a ella le gustaba todo lo de la naturaleza y no creía en matar a los animales más grandes. Él le dijo que si no mataba a una foca, íbamos a morir de hambre. Entonces él conectó la lanza a una cuerda y la conectó al arco del buque para no perderla mientras cazaba. Mateo mató a dos focas, tanta carne para llenarnos por unos días.
Seguíamos perdidos por un mes más hasta que nos encontramos en la Isla Azul en el Mar de McKinley, que queda muy cerca al Segundo Polo Norte. Allí, encontramos una gente muy generosa con sus materiales y provisiones, y aparte, nos ofreció dónde dormir por la duración en que queríamos quedarnos. Exhaustos por el viaje y casi muertos de hambre, nos quedamos dos semanas en la Isla Azul (llamada así por las montañas que subieron tan cerca al sol, que el hielo que los cubrió reflejo un color azul muy fuerte, que brillaba durante el día y toda la noche). Savannah se quedó en el hospital unos días para mejorar, y Claudia, después de tanto estrés de perdernos y sintiendo la indignación de Savannah decidió quedarse unos días en un balneario. Yo y mi hermano nos quedamos unos días en la taberna más grande de la isla (y todo el mundo) y platicamos sobre la vida y el pasado, creciendo juntos en la misma casa.
Después de descansar y recuperar las fuerzas, continuemos el viaje a todas las islas. Yo decidí ser el encargado de la navegación, para no perdernos, y llegamos a cada isla a tiempo, de acuerdo con nuestro nuevo itinerario. Fuimos a la Isla Verde, y continuando a la dirección sur, llegamos a las islas de Los Hombres-Zorro, los Hombres-Pájaro, Los Sátiros, Los Hombres-Piojo, los Hombres-Araña, los Hombres-Corneja, los Hombres-Loro y al fin, La Isla Imperial. Pasamos un día en cada isla, ahora más cuidadosos todos por lo que le ha pasado a Savannah en la Isla de los Hombres-Simio.
Después de nuestro largo viaje, regresemos a Islandia, en donde aún vivimos, y yo me senté aquí en mi sofá que he extrañado tanto - para escribir nuestra historia.

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